Desde hace ya algunos años venimos escuchando una palabra que se repite hasta la saciedad: crisis. El mundo está en crisis, se nos dice, desde el año 2008 tras la conocida quiebra de bancas de inversión como Lehman Brothers. Pero, pasando por alto el hecho de que el maravilloso cuento de la crisis estadounidense que nos han vendido ignora dos hechos cruciales, a saber, la gigantesca deuda pública contraída por la administración Bush para financiar sus guerras y los culpables de una crisis que creen haber identificado, el hecho es que puede que lo que hoy día en Occidente llamamos crisis de manera burda y hasta grosera pidiendo «medidas de crecimiento» contra «las medidas de austeridad» puede que tan sólo sea el momento culminante de una crisis de mayor calado, de calado histórico, que comienza allá por los comienzos de la revolución industrial.

La revolución industrial cambió de una vez y para siempre al hombre moderno. La nueva forma de trabajar de las fábricas manchesterianas implicaba una nueva forma de vivir. Ese cambio en la morfología del trabajo cambió de manera decisiva al hombre, convertido desde entonces en un ser desarraigado, que ha perdido sus históricos vínculos con la comunidad. La nueva forma industrial de trabajar conlleva la nueva forma industrial de vivir decíamos y nuestras modernas ciudades, verdaderos avisperos de diversas psicopatologías de las que la depresión sería el «trastorno estrella» no son sino la consecuencia de ese proceso.

El crecimiento infinito que nos prometió el capitalismo en un mundo finito es insostenible y, mientras no cambiemos nuestra mentalidad, estaremos abocados a un callejón sin salida de predecibles consecuencias.

Durante el siglo XX autores tan diferentes como Ortega, Heidegger, Chesterton o Polanyi vislumbran un grave problema, «el problema de nuestro tiempo» usando una frase tomada del filósofo español: la técnica y el uso ilimitado de los recursos del planeta para intentar saciar la sed de poder de un modelo productivo que no sólo aliena y deshumaniza, sino que por primera vez en la historia pone en peligro la propia supervivencia del planeta. El máximo exponente del espíritu de la técnica era, para Jünger «el físico nuclear». En 1945 las bombas de Hiroshima y Nagasaki pusieron fin a la fe en la ciencia como garante del progreso humano y dieron la razón, tristemente, a aquellos que desde hacía mucho venían advirtiendo de la falacia de la idea de «progreso», otro de los grandes y falsos relatos de la Modernidad.

El crecimiento infinito que nos prometió el capitalismo en un mundo finito es insostenible y, mientras no cambiemos nuestra mentalidad, estaremos abocados a un callejón sin salida de predecibles consecuencias. Afortunadamente, corren malos tiempos para el capitalismo populista que intentó instaurar Tatcher hace algunas décadas, prometiendo el cielo en la tierra a una clase trabajadora que abandonaría pronto su vida miserable tan pronto como abrazara la nueva religión de la inversión y la especulación.

…existen alternativas a eso que los tertulianos televisivos (otra de las profesiones fruto de los actuales niveles de degradación periodística/democrática) llaman políticas de austeridad o políticas de crecimiento, y las alternativas pasan por la re-humanización del trabajo.

Hoy, cada vez más personas son conscientes de que el 20% de los seres humanos consumen el 80% de los recursos del planeta y de que se necesitarían varios planetas, de los que nos disponemos, para poder mantener el ritmo de vida “a la europea”.

El paradigma actual nos sumerge en una disyuntiva: o se mantiene un nivel de consumo que destruye el medio ambiente, la biodiversidad y se sostiene merced a la opresión y la muerte de millones de trabajadores reducidos a meros esclavos, siervos de un sistema degradante o nosotros, occidentales, que nos hemos convertido en siervos de la tecnología hasta el punto de que ya no nos reconocemos sin ella, tendríamos que renunciar a ese «maravilloso» mundo que hemos construido sobre un reguero de cadáveres.

Servidor comparte el «leitmotiv» de este proyecto (LarutanaturaL); existen alternativas a eso que los tertulianos televisivos (otra de las profesiones fruto de los actuales niveles de degradación periodística/democrática) llaman políticas de austeridad o políticas de crecimiento, y las alternativas pasan por la re-humanización del trabajo. En España, a modo de ejemplo, el sistema financiero mueve cada minuto en transacciones bancarias el equivalente a 100000 nóminas de trabajadores. Y es que el mercado financiero es una gigantesca máquina de escasez en el mundo, jugando en los mercados a diario con el precio de productos tan básicos como el arroz o los cereales.

Y aquéllos que viven de espaldas a esta realidad, aquéllos que no se preguntan la procedencia de sus bienes de consumo, de aquella chaqueta tan barata que se compraron en la tienda de ropa de marca, de esos huevos tan baratos del supermercado de turno, aquellos a los que igualmente les ciega la codicia de un mundo tan aberrante, digámoslo claro son co-responsables de las políticas de sus amos -electos o no-.

Y el camino, una vez que te atreves a recorrerlo, es maravilloso, porque lejos de ser una ruta unidireccional, ofrece un sinfín de caminos alternativos, todos ellos con algo en común: la solidaridad, el respeto a la naturaleza, la libertad y la felicidad

En el anarquismo clásico existe un principio clave que se llama «propaganda por el hecho». Éste, a menudo ha sido utilizado para censurar y condenar por su violencia a los anarquistas, pues en una más de las muchas manipulaciones históricas se entendía sólo como la reivindicación de los atentados para agilizar el caos que supuestamente perseguían. Nada más lejos de la realidad, dicho principio que podía defender -o no- los atentados, tan sólo representaba algo así como nuestro popular «el camino se demuestra andando», es decir, la conciliación entre teoría o praxis e incidía en el hecho de que una sola acción puede ser más efectiva que cientos de mítines. Llevar a la práctica la teoría, así de sencillo.

Pues bien: Larutanatural presenta a diario ejemplos de todo tipo, ejemplos de que nuestras palabras no caen en saco roto, de que existen ahí fuera personas que están demostrándonos que se puede recuperar «el factor humano» del trabajo, de que la producción distribución y consumo no están reñidos con la sostenibilidad medioambiental ni con el goce y disfrute comunitarios, de que lejos del «sólo hay un camino posible» existen un sinfín de proyectos y alternativas que nos permiten reconciliar naturaleza y cultura.

Y el camino, una vez que te atreves a recorrerlo, es maravilloso, porque lejos de ser una ruta unidireccional, ofrece un sinfín de caminos alternativos, todos ellos con algo en común: la solidaridad, el respeto a la naturaleza, la libertad y la felicidad. Porque, puede que no sea fácil pero, si nos lo proponemos, podemos recuperar lo que un día fuimos.